Ya nunca me verás como me vieras”
(Tango, ‘Sur’)
Era su última oportunidad; su última oportunidad con ella; y lo sabía.
Eso lo ponía nervioso, muy nervioso.
No sabía lo que podía esperar de ella.
Nunca supo en realidad.
Tanto conocerla y no conocerla lo desorientaba.
Lloviznaba.
Aspiró su cigarrillo, sintió pequeñas y suaves gotas cuando levantó su rostro.
Se sintió más confiado.
No sabía por que, pero la llovizna siempre le entregaba algo de esa felicidad que los demás le negaban constantemente.
La vio aparecer, hermosa en su impermeable amarillo.
Su pelo al viento semejaba luciérnagas alborotadas y jubilosas por el despertar sexual de una noche solsticial de plenilunio.
La esperó.
Que importaba un segundo, un minuto, si había esperado toda su vida.
Cuando estuvo como a quince pasos, o más bien catorce pasos de él, lo miró con la sonrisa burlona que tanto le desagradaba.
Ella apretó sus labios, y sin decir palabra alguna, sacó súbitamente una pistola de su bolsillo y se disparó en la sien.
La vio caer lenta y pesadamente.
Aspiró de nuevo su cigarrillo, y dando media vuelta se alejó pensando en lo difícil que era amar en aquellos días.
El que espera
Alejandro Miranda Contreras
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